lunes, 22 de agosto de 2011

.

Supongo que todo el mundo ha sentido alguna vez ese peso de no saber qué hacer. Esa impotencia que no te deja más que llorar cada noche ocultándote bajo la almohada y tras la oscuridad de una habitación vacía. Cómo no, todo el mundo ha fingido estar bien, mil veces, millones, aunque todo fuera mal. Todos hemos mentido, ya fuera para bien o para mal, para fastidiar a otras personas, o a nosotros mismo ya sin darnos cuenta o ya a caso hecho. Siempre hemos ocultado unas cuantas lágrimas, con tal de no preocupar a las personas, excusándonos con cualquier tontería recién sacada de la cabeza si alguna de esas lágrimas decide escaparse. Al fin y al cabo, existen esas mentiras piadosas, esas que se supone son para no hacer daño a nadie, pero... nadie se puede engañar a sí mismo, su cabeza puede repetir mil veces una cosa, pero su corazón sabe la verdad, la sabe, sea cual sea, aunque te haga realmente muchísimo daño. Y es eso lo que no te deja elegir, esa lucha continua entre cabeza y corazón. Es esa lucha la que lleva las sonrisas ante el mundo entero y las lágrimas ante tu almohada.